miércoles, 16 de diciembre de 2009

El socialismo mata.

por Carlos Alberto Montaner



Swaminathan Aiyar es un notable economista hindú que ha sacado una cuenta muy incómoda. Se le ocurrió medir el enorme precio que pagó la población de la India por no haber hecho antes la reforma económica que hoy mantiene en su país un ritmo de crecimiento que excede el 7% anual, reduce vertiginosamente el porcentaje de pobres y mejora sustancialmente la calidad de vida de los más necesitados.



Swaminathan Aiyar es un notable economista hindú que ha sacado una cuenta muy incómoda. Se le ocurrió medir el enorme precio que pagó la población de la India por no haber hecho antes la reforma económica que hoy mantiene en su país un ritmo de crecimiento que excede el 7% anual, reduce vertiginosamente el porcentaje de pobres y mejora sustancialmente la calidad de vida de los más necesitados. Los números son impresionantes: no haber hecho la reforma con antelación provocó la muerte de 14.5 millones de niños, mantuvo a 261 millones en el analfabetismo y a otros 109 por debajo de los límites de la pobreza. El estudio lo acaba de publicar el Cato Institute de Washington y se titula El socialismo mata.



Los latinoamericanos deberían aprender de esta experiencia. No hacerlo, además de un crimen, es una estupidez casi perfecta. El ejemplo es muy claro: en la India ha habido dos grandes modelos de desarrollo. Entre 1947 y 1981 se ensayó la fórmula de la economía estatizada, dirigida por una enorme burocracia gubernamental, intensamente proteccionista, hostil a la empresa privada y a las inversiones extranjeras, convencida de las ventajas del desarrollo hacia dentro. El resultado de esa etapa socialista fue un crecimiento anual promedio de 3.5 que, cuando se descontaba el aumento de la población, quedaba reducido al 1.49.



Mientras los hindúes seguían esa senda socialista, tan parecida a los ensayos latinoamericanos, desde el peronismo hasta el chavismo, otros pueblos asiáticos --primero Taiwan, Corea del Sur, Hong-Kong, Singapur, luego Tailandia, Malasia e Indonesia-- tomaron el camino contrario: abrieron sus economías, alejaron al gobierno del aparato productivo y fomentaron la iniciativa privada. En otras palabras, liberalizaron decididamente sus economías. Al cabo de apenas una generación, los resultados que exhibían eran pasmosos: disminución drástica de la miseria y la ignorancia, mejora en todos los índices de desarrollo humano y surgimiento de unos robustos sectores sociales medios.



Presionados por esa inocultable realidad, los hindúes hicieron su reforma y abandonaron las fallidas supersticiones del socialismo, primero tibiamente, y luego con mayor ímpetu comenzada la década de 1990, hasta llegar a convertirse hoy en un actor de primer rango internacional que compite en precio y calidad con la China, a la que comienza a disputarle la condición de gran fábrica del mundo. (No olvido la sorpresa de unos amigos que necesitaban contratar un servicio de ventas telefónicas en América Latina y acabaron pactando con la sucursal de una compañía hindú radicada en Cochabamba, Bolivia.)



Es importante que los economistas latinoamericanos saquen la cuenta de cuánto nos cuestan los experimentos socialistas en sangre, sudor y lágrimas. Cuánto han pagado y pagan los argentinos por los tercos experimentos del peronismo. Cuál fue la inmensa factura pagada por la sociedad peruana durante la locura de Velasco Alvarado, la nicaragüense con el sandinismo o Cuba con su medio siglo de estalinismo.



La medición podía hacerse a partir de la experiencia chilena: ¿qué hubiera pasado en toda América Latina si los pueblos de nuestra cultura hubieran hecho una reforma económica como la llevada a cabo por los chilenos, iniciada durante la dictadura de Pinochet, pero sabiamente mantenida por los gobiernos de la democracia? En 1959, por ejemplo, Cuba tenía un tercio más de ingreso per cápita que Chile y más o menos la misma población. Hoy Chile triplica el ingreso de los cubanos, su población es un treinta por ciento mayor, y el país sudamericano se ha convertido en la secreta meta y destino de miles de cubanos que han conseguido instalarse allí, incluidos unos cuantos hijos de la clase dirigente convencidos de que el barco de los hermanos Castro se va a pique a corto o medio plazo.



¿Somos capaces los latinoamericanos de aprender en cabeza ajena? Con algunas dificultades, parece que sí. Perú, por ejemplo, es hoy el país que más crece en el continente, y eso se debe a que, de manera creciente, los últimos tres gobiernos peruanos han tenido el sentido común de inspirarse en el vecino Chile y abandonar paulatinamente las viejas prácticas del socialismo estatista. Eso significa menos pobreza y mejores estándares de vida para la inmensa mayoría de la sociedad. Sin embargo, lamentablemente, la racionalidad sigue siendo un bien escaso en nuestro mundo. Mientras los peruanos, como los chilenos, se mueven en la dirección que dicta la experiencia, Hugo Chávez y sus cómplices del socialismo del siglo XXI reinciden en el disparate. Insisten en hacerles daño a sus conciudadanos, convencidos de que los guían en la dirección de la gloria. No se han enterado de que el socialismo mata.



domingo, 6 de diciembre de 2009

Y nos esta diciendo "la otra cosa"


"Como te digo una cosa, te digo la otra" es la frase que define a Mujica: un día dice negro, el otro blanco. Con este vaivén ha logrado que todos escuchemos algo de la boca de Mujica que coincide con nuestras creencias. ¿Pero cuál es el verdadero Mujica?

Desde que ganó las elecciones, todas sus frases han sido sobre "la otra cosa". La lucha armada, la expropiación de los medios de producción o la lucha contra el imperialismo yankee que habían sido "las cosas" por las que siempre predicó, parece que han quedado a un lado y ahora nos dice -para bien- otra cosa:

- "No hay vencidos, ni vencedores"

- Quiere parecerse a Nueva Zelandia, número 1 y 2 en la lista del ranking Doing Business del Banco Mundial, que son aquellos países que eliminaron burocracia y se prepararon para competir, sobre bases liberales, en el mundo globalizado

- Se reúne con el PIT/CNT, las momias más anquilosadas de la revolución bolchevique, defensores del estatismo ineficiente y garronero de los empleados públicos para decirles que esta vez la reforma del estado va en serio.

- Fue a hablar con Daniel Ferrere, un empresario de fuste, una opinión de clara postura liberal de la mejor cepa, Presidente de la Cámara de Comercio Uruguay Estados Unidos y principal de uno de los Estudios Jurídicos más importantes del país, ya que Mujica quiso "abrirme la cabeza"

- Y por último, al fundirse definitivamente Metzen & Sena declara: “Así como nos envejecemos los seres humanos y nos llenamos de canas y arrugas, los procesos productivos también envejecen. Y hay fábricas que quedan como piezas de museo”, dijo Mujica.

Si sigue por este camino le hará un gran bien al Uruguay. Si vuelve a sus viejos dichos y a los de "su barra", retrocederemos varios casilleros.

"Como te digo una cosa, te digo la otra". Que diga lo que quiera, pero que haga lo correcto.

Dr. Guillermo Sicardi, MBA

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Esperemos que haya cambiado ...

Publico y suscribo íntegro este artículo del Dr. Ope Pasquet
Senador electo por el Partido Colorado

El domingo pasado la ciudadanía se pronunció de manera clara y contundente: quiere que el próximo presidente de la república sea José Mujica. Mujica gobernará, como lo hizo Tabaré Vázquez, con el respaldo de una mayoría parlamentaria propia, que le permitirá desarrollar su programa de gobierno sin hacerle a la oposición las concesiones que no quiera hacerle.

Desde siempre, y no sólo durante la campaña electoral, los partidos tradicionales dudaron de la autenticidad del compromiso democrático de José Mujica (y conste que me incluyo entre los "dubitativos"). Ante el resultado electoral del domingo, quedan dos opciones: o suponemos que la mayoría de los uruguayos también carece de firmes convicciones democráticas, o reconocemos que esa mayoría simplemente no comparte nuestras dudas y ve a Mujica de otra manera. Me inclino por esta segunda alternativa.

El mismo pueblo que en Octubre rechazó el atentado contra el Estado de Derecho que hubiese significado la anulación de la Ley de Caducidad, y la negación de las garantías del sufragio contenida en la propuesta de "voto epistolar", en Noviembre hizo presidente a un tupamaro. En la segunda vuelta, Mujica tuvo casi cien mil votos más que papeletas rosadas hubo en Octubre. Respetemos íntegramente la voluntad del soberano, y tratemos con humildad de comprender mejor los modos de sentir y razonar de los uruguayos de hoy.

Por el hecho de haber sido elegido por el pueblo, el futuro presidente merece que aún quienes no lo votamos le abramos una carta de crédito. Confiemos en las buenas intenciones que proclama, mientras no las desmientan sus acciones. La gente espera que una brisa fresca de entendimiento y cooperación entre los partidos, despeje la atmósfera crispada y tensa de la campaña electoral. La campaña terminó y es tiempo de darse un apretón de manos y felicitar al que ganó en buen ley. La salud del espíritu público necesita este momento de reencuentro, que forma parte del ciclo democrático tan legítimamente como el momento de la lucha electoral. Inexorablemente llegarán, después, otros momentos.

El discurso del presidente electo en la noche del domingo estuvo a la altura de las circunstancias. En la hora del triunfo, de su triunfo, José Mujica demostró grandeza. Al invocar el "Ni vencidos ni vencedores" de la Paz de Octubre de 1851, se ubicó en la línea de la mejor tradición nacional: la de la tolerancia y el respeto entre los orientales de todas las divisas. Así hablan los presidentes del Uruguay.

Cuando dijo que el poder reside en el corazón de las grandes masas populares y que a él le había llevado toda una vida comprenderlo, Mujica se acercó mucho a ese rechazo final y definitivo de la violencia como método de acción política que espero escucharle algún día; no es a los tiros, seguramente, que se conquista el corazón de nadie. Eché de menos en sus palabras una referencia siquiera a la Constitución. Mujica no la nombró, pero la lealtad a ese supremo símbolo republicano es un rasgo central de la identidad nacional uruguaya, que el presidente debe ser el primero en respetar y defender.

Mientras pensaba en eso, recordé el discurso de Jorge Batlle en la noche del último domingo de Noviembre de 1999, poco después de que se anunciara que le había ganado la elección a Tabaré Vázquez y que sería el próximo presidente de la república. Yo era uno de los tantos que colmaban el Radisson Victoria Plaza esa noche; allí escuché el emocionado discurso del presidente electo. Abundaron en él las previsibles referencias a la libertad y a las instituciones, así como las expresiones de gratitud a los blancos que lo habían votado, pero no hubo palabras de aliento para los débiles, los humildes, los necesitados; yo sentí que faltaba una nota de sensibilidad batllista en aquel discurso. Sin embargo en el 2002, cuando una crisis tremenda cayó sobre el país, se paró la inversión pública pero el gasto público social se mantuvo y aun aumentó como porcentaje del total; el Estado en penurias no le pagaba a sus proveedores, pero reforzaba el rubro de los comedores escolares y seguía haciendo escuelas de tiempo completo. Los hechos del gobierno habían ido más lejos, por el camino de la solidaridad verdadera, que las palabras del presidente electo aquella noche.

Espero que, del mismo modo, la práctica del gobierno que se instalará el próximo 1º de Marzo supere el discurso del presidente electo y no deje nada que desear en materia de respeto a la Constitución. Al pie de ese gran símbolo tenemos que encontrarnos siempre los uruguayos, cualesquiera sean los resultados electorales.