Antonio Mercader
Siempre me impresiona ver cómo los mismos frenteamplistas que detestan a las Fuerzas Armadas caen rendidos ante los uniformes verde oliva de los hermanos Castro o de Chávez. Son los que le cantan con unción al "comandante Che Guevara" como si ese rango marcial y evocador de galones lo elevara por encima de los comunes mortales. Les resultan más simpáticos los déspotas y fascistas de izquierda vestidos para la guerra que los militares de carrera al servicio de la democracia. ¿Por qué será?
Es una pregunta a contestar por los defensores de la negativa inicial de Mujica a inaugurar su mandato con la clásica parada militar. Mientras unos invocaban el costo de desplegar cientos de efectivos, otros alegaban que el paso de las tropas podía reabrir heridas. En todo caso, se pasaban por el jopo una tradición republicana fiel a los emblemas de predominio del poder civil sobre el castrense. Un ritual hecho carne cuando el oficial a cargo del desfile pide permiso al Presidente para abrir la marcha. Un símbolo que indica "urbi et orbi" quién empuña el bastón de mando.
Aconsejado por su futuro ministro de Defensa, Luis Rosadilla, y exhibiendo flexibilidad, Mujica aceptó finalmente la idea del desfile. Limitado, austero, mas desfile al fin. Pero con una condición llamativa difícil de tragar: que junto a Blandengues y escuelas militares, participe una delegación de todas las unidades integrada por el comandante y un soldado. Un soldado raso que representaría a sus camaradas de armas, como si su comandante -ese sí un comandante legítimo- no los representara.
Ya que la propuesta de hacer desfilar a tan peculiar pareja aun sigue a estudio, convendría que sus impulsores la meditaran y recordaran algunas cosas. Una, que por definición, en las Fuerzas Armadas existe una línea de mando que es la esencia de un sistema basado en el principio de autoridad. Quienes calzan los galones y entorchados es porque se los ganaron, sea por méritos, preparación o experiencia. Cualquiera de los soldados a sus órdenes puede ser tan buena persona como su jefe, eso no está en discusión, aunque ninguno de ellos puede personificar como él a cada una de las unidades militares.
Obviando la resolución del dilema adicional que sería encontrar el criterio para elegir al soldado en cuestión, considero que no corresponde emparejar a jefes con subordinados en la marcha del primero de marzo. Una marcha de pares desparejos, una formación de dos en dos pasible de hacer el ridículo por las calles de Montevideo y un bofetón a la verticalidad, pilar de todo instituto armado.
La propensión a igualar que anida en la izquierda no debería llegar a esos extremos.
Detrás de tales innovaciones late el propósito de Mujica de rezumar austeridad en su debut y, seguramente, de contrastar con los fastos que orlaron la asunción de Vázquez en 2005. Tiene derecho a hacerlo y anticipar así el talante de su gobierno. A lo que no hay derecho es a llevar y traer a las Fuerzas Armadas, a subvertir sus reglas y a vapulear a sus comandantes, unos militares de carrera que visten el uniforme porque ese es su deber.
Otros, en cambio, lo visten sólo para embaucar.
El País Digital
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