domingo, 21 de noviembre de 2010

Ni excusas ni disciplina

por JULIO MARÍA SANGUINETTI

En las últimas semanas ha crecido como marea el divorcio que media entre lo que el Presidente habla y lo que el gobierno hace. La verdad es que ello ocurre desde el primer día de su administración y esa desconcertante situación sólo se ha edulcorado porque la bonanza económica internacional da recursos que alivian muchos reclamos y porque los propios dichos del Presidente suelen sintonizar con el estado de la opinión pública. Pero han pasado los meses y lo que podía sólo concebirse como un desajuste de comienzo, ha pasado a ser ya un problema serio para el país.
¿Quién no recuerda aquel discurso que enamoró a los empresarios argentinos en el Conrad? A todo el mundo le quedó claro que no habría más impuestos y que, además de invertir, los hermanos del otro lado del Plata debían venir a vivir a este lindo país. Pero después los impuestos llegaron …

¿Quién no recuerda que prometió no nombrar más funcionarios y dejar de lado los tramposos concursos que se hacían, y que la respuesta fue no, desde el propio gobierno? ¿O las viviendas, que siguen sin aparecer, y que se construirían con reservas que el Banco Central le explicó que estaban para otras cosas? Ni hablemos de la reforma del Estado, que nunca se concretó mucho, pero que no ha podido avanzar ni en pequeñas medidas, muy menores, de transformación de la administración. Por supuesto, la tal reforma era un titular más que un programa, que partía, además, de ignorar las grandes transformaciones que el país ha realizado en la administración, como el BPS por ejemplo, que si hoy no vive la crisis que sufre Europa es porque a tiempo se creó la cuenta individual, se cambiaron las edades de retiro y se estimuló el ahorro individual a través de las Afap.
¿Quién olvida aquel discurso emotivo a las Fuerzas Armadas, convocándolas para un futuro sin reproches hacia el pasado? Desgraciadamente, el farragoso, contradictorio y anti-institucional proceso llevado a cabo para derogar, interpretar o anular la ley de Caducidad sólo ha servido para marginar a un mundo militar que ha mostrado en estos años una ejemplar subordinación, no correspondida por el constante agravio a su integridad.

Esta semana el propio secretario de la Presidencia se sumó a los juristas que con claridad dijeron que no se podía seguir proponiendo la violación de la Constitución y la ignorancia de dos pronunciamientos populares absolutamente definitorios de la situación. Tal fue el revuelo que el propio Presidente se sintió obligado a pronunciarse y, con su firma, emitió un comunicado realmente alarmante. Allí nos enteramos que el canciller Almagro ha actuado por su cuenta en el impulso entusiasta que le brindó a la iniciativa interpretativa, como que también habría sido espontáneo el pronunciamiento del secretario de la Presidencia, cuyo despacho está al lado del presidencial. Todo esto de por sí es bastante asombroso, pero lo que raya en lo inexplicable es la afirmación del Presidente de que "acatará" lo que resuelvan las autoridades partidarias del Frente Amplio.
Como se sabe, el Presidente no es un representante partidario, como en los regímenes parlamentaristas. En Uruguay es un magistrado que, una vez electo, asume la representación de todo el país y le está prohibida toda actividad proselitista, así como "formar parte de comisiones o clubes políticos, ni actuar en los organismos directivos de los partidos". Como se aprecia, el artículo 77 numeral 5 de la Constitución no puede ser más claro. O sea que nuestro Presidente anuncia que se subordinará a los comités políticos que la Constitución le prohíbe integrar. Es demasiado fuerte el desvío institucional.

Además, y esto es de la esencia del sistema, el Presidente es la cabeza del Estado, su instancia final en todos los procesos, aun los legislativos, donde puede vetar o no una ley. ¿Cómo es que anuncia que actuará por disciplina partidaria y que apoyará cualquiera cosa que decida su colectividad?
Los presidentes no pueden esconderse detrás de esa disciplina que ni siquiera hoy inhibe a más de uno de los legisladores frentistas. Sus facultades y deberes son irrenunciables. No pueden delegarse en nadie, y mucho menos en comités que la Constitución quiere alejados de la administración.
El caso, por otra parte, ya está más que laudado con dos pronunciamientos de la ciudadanía y esto no lo puede ignorar nadie.
El ejercicio del gobierno es duro. El Presidente ya lo ha advertido y lo reconoce. No puede decir que en este país "trancan" a todo el que quiera hacer algo. Si es así, ¿quién lo tranca? ¿ Los sindicatos de mayoría frentista que han trancado a todos los gobiernos? Cualquiera sea el caso, debiera aclarar, identificar los responsables y convocar a una ciudadanía que seguramente le apoyaría para que el país funcione.

El Presidente no puede esconderse detrás de una excusa o de una prohibida disciplina partidaria. Él se ganó mucho respeto de la gente por la moderación de sus dichos y el esfuerzo notorio que ha hecho para que aquellos ribetes más ríspidos de su personalidad, se adaptaran a las circunstancias. Hoy hay chaqueta y no hay palabrotas. Pero a 8 meses de gobierno, ya no basta con la intención. El repetido "como te digo una cosa te digo la otra" hizo gracia al principio. Ya no. Ahora ha pasado a ser un problema.

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